El Santuario

El santuario de Torreparedones se localiza fuera del recinto amurallado, en el extremo sur del yacimiento. Su registro arqueológico responde en realidad a las estructuras de dos edificios de culto, siendo el de mayor interés el segundo en orden cronológico. Este santuario res un claro ejemplo de la fusión entre la religiosidad indígena y la romana que mantuvo buena parte de las tradiciones locales.

El primer templo, podría datarse en época romana republicana, encuadrándose el segundo en la etapa altoimperial. Consta de tres espacios, uno al norte, a modo de cella, que era la zona más sagrada, de planta rectangular con una altura máxima conservada de 2,5 m. con las paredes realizadas de sillería regular trabada con mortero, y delante, al sur un gran patio a cielo abierto con pavimento de opus signinum, en el cual se descubrió en 1988 un banco de piedra junto al cual había decenas de exvotos de piedra. Por su parte, en 2007 se descubrió en el lado contrario, una estructura rectangular de mampostería revestida de opus signinum que podría interpretarse como una mesa destinada al sacrificio de animales. Finalmente, más al sur, se sitúa un pequeño vestíbulo al que se entraba a través de una rampa o escalinata.

Al fondo de la cella, en la pared norte estuvo adosada una columna con su correspondiente capitel decorado con ocho hojas almendradas. Se trataba de un betilo sagrado, la representación de  la divinidad adorada en el templo que en este caso era Dea Caelestis, la Tanit púnica que debió recibir culto en este lugar desde mediados del siglo I a.C. hasta el siglo II d.C. cuando se produce el abandono y destrucción del edificio religioso.

Entre los hallazgos más significativos cabe señalar numerosas piezas de cerámica, dos altares tallados en piedra caliza local y más de 300 exvotos también realizados en piedra local.

 

Recreación histórica en el santuario.

Exvoto sedente hallado en el santuario.

Unos cultos ancestrales

La distribución Norte-Sur, repartida en tres niveles que los fieles ascendían progresivamente por medio de una rampa de acceso, parece tener una finalidad astronómica. Primero llegaban a un vestíbulo cuya entrada, según parece desprenderse de un relieve conservado en el museo de Cañete de las Torres, se flanqueaba por dos gruesas columnas con capiteles zoomorfos; después al interior de un patio descubierto y, finalmente, a la cella, lugar sagrado donde se hallaba la imagen de la divinidad.

Teniendo en cuenta la orientación astronómica del templo y que la cella estaba soterrada, con una cubierta a modo de terraza visitable y una puerta que se podía cerrar quedando en penumbras, se ha planteado la hipótesis de que en la techumbre se hubiese dispuesto un pequeño lucernario que permitiese el paso de un haz de luz que iluminaría el betilo sagrado cada medio día solar. En el solsticio de invierno (21 de diciembre) apuntaría al capitel y a medida que avanzase el año el haz de luz iría recorriendo el betilo hasta tocar su base con el solsticio de verano (21 de junio); luego haría el recorrido inverso. En definitiva, junto al significado mágico y simbólico del rayo de luz sobre la imagen de la divinidad (Dea Caelestis – Juno Lucina), habría que valorar la posibilidad de que sirviese también como calendario solar controlado por el sacerdote, donde pudo haber marcas (pintadas o incisas) para indicar los días claves del año como cambio de estaciones, días festivos, etc.

Los exvotos de Torreparedones que representan, sobre todo, figuras antropomorfas (femeninas y también masculinas), partes del cuerpo (piernas), son manifestaciones de una piedad y de unas creencias religiosas, cuya naturaleza está por descubrir, pero que se limitan a ser una exposición del sentimiento hacia la divinidad, debiendo entenderse como ofrendas realizadas en acción de gracias por un favor recibido, que solía consistir en la curación de un miembro enfermo del cuerpo (piernas es lo que más se ha encontrado) o de cualquier otra enfermedad, incluso de alumbramientos sin problemas para madre e hijo, por lo que es posible que la diosa se venerara bajo el título de Juno Lucina, patrona de las parturientas romanas y cuya festividad tenía lugar el día 1 de marzo.

En el santuario se adoraba, por tanto, a una divinidad femenina ibera, que después se transformó tal vez en Tanit, la más importante diosa cartaginesa, asociada, como ocurriera en otras culturas, a la diosa madre, la fertilidad o la luna. Con la romanización, Tanit fue rebautizada como Caelestis, mas tarde identificada con Juno, deidad junto a Júpiter y Minerva, protectora del Estado romano.

Juno se hizo muy popular entre las mujeres romanas, que bajo la adoración de Juno Lucina, la hicieron patrona de las embarazadas y de los partos. En relación con este culto, gran parte de los exvotos hallados en el santuario correspondían con representaciones de mujeres embarazadas, a veces desnudas, implorando a la diosa que trae los niños a la luz, un parto sin problemas.

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El Santuario de Torreparedones