La cultura romana dejó importantes testimonios en los yacimientos arqueológicos de Baena y así se atestigua en la sala V del Museo. De este modo, tras acceder a este espacio, una gran colección de pies de prensa de almazara nos indica la importancia que ya desde la Edad Antigua tuvo el cultivo del olivar en la comarca, mientras que una vitrina con numerosas plomadas hace lo propio con respecto a las obras públicas y a la construcción en época romana. Junto a estas piezas se exhiben morteros, quemaperfumes y pesas de telar y otros objetos de la vida cotidiana entre los que sobresale un fragmento de cerámica sellado con el nombre del alfarero y su gentilicio de Iponobensis (natural de la antigua ciudad de Iponuba, a corta distancia de Baena). Siguiendo nuestro recorrido a la derecha encontramos una nueva vitrina donde se muestran piezas metálicas relativamente comunes como apliques antropomorfos y amuletos fálicos, pero también otras de mayor rareza como la pequeña jarra ritual hallada en el pozo de las termas Orientales de Torreparedones, vinculada, muy probablemente, con el culto a la Diosa de la Salud. Tiene forma de cabeza femenina con un delicado peinado y un asa muy estilizada con una perfecta adaptación para poder cogerla con los dedos pulgar, índice y medio de la mano.
A continuación encontramos un conjunto de ánforas y ejemplos de dolium que servían para el transporte de alimentos y el apreciado aceite que se producía en esta zona de la Bética. Frente a ellos, una vitrina baja expone distintas herramientas romanas para la labranza con un extraordinario parecido a las utilizadas en la actualidad, pese a mediar entre unas y otras dos mil años.
Unos lienzos en los que se recrea el tipo de pintura que decoraba las paredes en las casas de la antigua Roma preceden a unas curiosas piezas de orfebrería que se encuentran en estudio y a la vitrina en la que se exhiben varias piezas cerámicas de interés, entre ellas una paloma (columba) y varias representaciones de la diosa Minerva. Seguidamente, una colección de piedras de molino dan paso a una nueva vitrina en la que se muestran numerosos y variados objetos metálicos de la cultura romana. Amuletos, anillos, pasadores de llaves, pinzas, instrumentos quirúrgicos, campanitas y un pequeño brasero de juguete que nos conecta directamente con la infancia romana. A su derecha, el ara dedicada a la diosa de la Salud Salvadora, una excepcional pieza descubierta en las excavaciones de las termas Orientales de Torreparedones, mientras que a la izquierda de la vitrina, encontramos otra con una interesante colección de unguentarios de vidrio, lucernas y cerámica de paredes finas, entre otros objetos. Dos nuevos expositores nos muestran a continuación diferentes tipos de cerámica: el primero la más común y el segundo varios modelos de terra sigillata que daban forma a lo que se ha venido considerando la vajilla distinguida de la antigua Roma.
Pasamos ahora al espacio dedicado al mundo funerario donde en primer término encontraremos una amplia colección de lápidas romanas, algunas de ellas de especial interés como la de Maurus, un liberto igabrensis (natural de Egabrum, actual localidad cordobesa de Cabra) o como de la Marco Calpurnio y su familia, un prócer local que debió tener una villa con su propia necrópolis a unos 2 kilómetros del parque arqueológico de Torreparedones. Seguidamente, una recreación de un columbario nos muestra distintos tipos de vasijas ceráminas y urnas cinerarias en piedra, entre las que se encuentra algunas reproducciones de las que se descubrieron en 1833 en el conocido como mausoleo de los Pompeyos, sepulcro familiar que despertó un singular interés sobre las ruinas de la antigua ciudad que existió en Torreparedones.
Las domus eran las viviendas de las familias de un cierto nivel económico, cuyo cabeza de familia (paterfamilias) llevaba el título de dominus. Algunas de ellas, como la “Casa del Panadero” en Torreparedones, eran de gran tamaño y habitualmente se desarrollaban en una sola planta. Una traspasada la puerta de la vivienda, que se abría a un vestíbulo de reducidas proporciones, se llegaba al atrio, elemento característico de la domus romana, un patio cubierto y con una abertura central (el compluvium) por la que entraba el agua de lluvia que se recogía en una cisterna, el impluvium. Desde este espacio, donde se situaba también el lararium o altar en el que se rendía culto a los dioses protectores de la casa, se accedía al resto de dependencias de la casa, entre las que se encontraba el tablinum o despacho, el triclinium o estancia que hacía las veces de comedor, la cocina (culina) con su correpondiente despensa y los cubicula o dormitorios. Finalmente, próxima al atrio, aunque en el caso que nos ocupa con entrada por el vestíbulo, se encontraba la letrina.
Algunas viviendas importantes podía disponer también de bodegas subterráneas y a partir del siglo II a. C., siguiendo la influencia griega, comienzan a construirse en las zonas traseras peristilos (peristylium) o patios ajardinados rodeados de columnas, que irán ganando protagonismo en detrimento del atrio cuya función original comienza a decaer hacia el siglo I d. C.
Algunas viviendas, como la ya mencionada del Panadero en Torreparedones, incluían un espacio dedicado a una actividad económica con las dependencias necesarias para ello. También un huerto (hortus) y la cisterna donde se almacenaba el agua de lluvia recogida en el impluvium.
Para una mejor comprensión del día a día en una ciudad romana, se ha recreado cómo sería una domus del parque arqueológico de Torreparedones. Se trata de la conocida como “Casa del Panadero“, uno de los ejemplos de arquitectura doméstica del yacimiento.